Nunca me ha gustado el concepto de memoria histórica y menos si se aplica a una ley. Por propia definición,
la memoria siempre es histórica, pues se basa en la retención de hechos o experiencias pasadas. Y en esencia
nunca es universal. Al contrario,
la memoria es íntima, personal y en la mayoría de los casos intransferible a terceros -hijos, conyuges, hermanos, amigos...- que solo retendrán de nuestra memoria aquello que les interese. Porque la memoria, aun cuando se nutre de hechos comunes, los escoge de forma selectiva y los analiza subjetivamente en función del impacto emocional, cultural o ideológico que supone para cada persona.
El nieto de una víctima de Paracuellos tendrá una memoria histórica muy diferente a la de aquel a cuyo padre fusilaron en Málaga o Badajoz. E igual de pertinaz. Eso no hay ley que lo cambie. Como decía
Manuel Vázquez Montalbán en su novela
“El estrangulador”Sin memoria no existimos, yo al menos no consigo existir. En mi memoria se cumplen mis deseos y cuando tengo deseos quiero que cuanto antes se conviertan en memoria para que nadie me los frustre, ni me los quite, ni me los convierta en deseos convencionales.
Sólo podemos hablar de memoria colectiva si la entendemos como la agrupación de sentimientos comunes, aun siendo heterogéneos, ante hechos concretos. Y como no existe ningún acontecimiento que haya generado jamás una adhesión o rechazo universal,
al estudiar un período histórico nunca hallamos una memoria colectiva, sino varias.Por tanto, para abordar el franquismo,
por encima de la memoria, convendría apoyarse en principios universales como la justicia y los derechos humanos.
Y es que aunque la guerra supuso horror en ambos bandos, el hecho incuestionable es que
el núcleo de aquel terror fue el levantamiento en armas de unos militares sediciosos, apoyados por una parte de la población, contra un gobierno legítimo. Que ese alzamiento provocó una cruenta guerra civil que ganaron los rebeldes instaurando una dictadura durante casi cuarenta años.
Reconocer hechos tan elementales no implica ni idealizar a la segunda república ni tildar de asesino o cómplice a toda persona que participara en el régimen franquista. Significa
asumir nuestro pasado sin traicionar la memoria de nadie.
Sin embargo, l
a derecha, el clero y buena parte del poder judicial siguen defendiendo a día de hoy la amnesia como única receta para encarar este período. Una amnesia selectiva, que celebra la beatificación de los curas asesinados en la guerra civil mientras miles de personas aun no saben donde reposan los restos de sus familiares represaliados.
El resultado es que
33 años después de la muerte del dictador, la memoria histórica de los vencedores sigue imponiéndose sobre la de los vencidos. Mientras se mantenga esta situación, será imposible cerrar este funesto capítulo de nuestra historia.