Debo reconocer que tras leer el artículo que Antonio Burgos ha vomitado sobre las hijas de Zapatero, pensé en qué tal le sentaría a este señor que alguien hiciera lo propio sobre sus hijos, esto es, ultrajarlos ante la opinión pública de la forma más ruin posible.
Y que movido por esa idea he buceado por Internet hasta dar con alguno de sus vástagos.
Confieso también la satisfacción que me ha supuesto encontrar a Fernando Burgos Hercé y constatar que la imagen que el hijo de Antonio muestra en sus perfiles públicos de Xing, Linkedin o Facebook se presta a la chanza y la chirigota, por poca mala leche que se ponga. Como la de cualquiera.
Asumo que ya tenía preparadas unas cuantas frases hirientes, algunos comentarios degradantes y una selección de insultos de grueso calibre.
Me consolaba pensar que podía llegar a ser incluso más sucio que el padre de mi víctima, ya que a fin de cuentas iba a denigrar a un mayor de edad, a diferencia de lo que hace Antonio Burgos. Quizá, para ponerme a su altura, debería escribir sobre sus nietos.
Sin embargo, a la hora de la verdad, no he logrado hilvanar una sola línea.
Verán, imitar la prosa de Antonio Burgos es fácil. Basta impostar el estilo trasnochado de alguien que, con su caduco gracejo, se ha pasado la vida lamiendo el culo a los poderosos para recoger las migajas que éstos han tenido a bien lanzarle. Por ahí no hay problema.
Pero insultar, denigrar y ridiculizar a una persona que de nada conozco por simple desprecio hacia su padre, precisa de una bajeza moral, de una falta de decencia y de una ruindad de la que simplemente carezco.
Por eso me niego a hacerlo. Eso sí, desearía acabar recordando a Antonio Burgos un pasaje de su amada Biblia, invitándole en que se aplique la moraleja:
“La persona que peca, esa morirá; el hijo no cargará con las culpas del padre, ni el padre cargará con las culpas del hijo. Sobre el justo recaerá su justicia, y sobre el malvado, su maldad” Libro de Ezequiel, 18, 20