Hará unos 15 días vi a Pepe Rubianes paseando por la calle Caspe. Lucía el rostro algo cansado y su mirada, de habitual pícara, se perdía en un ligero rictus de melancolía. Me conmovió la cantidad de personas de toda condición que, de forma espontánea, se acercaban a saludarlo, a abrazarlo y a desearle ánimos. Naturalmente, sólo expresaban su preocupación por el problema de salud del artista y no por lo que dijo en TV3. Y es que la decisión de la audiencia de Barcelona de reabrir este proceso, que ya había sido archivado, es una enorme gilipollez por dos motivos.
El primero, porque los exabruptos de Rubianes no iban dirigidos contra la nación sino contra esa panda de intolerantes que pretenden imponernos su rancia visión del país. Así les reviente España en los cojones, dijo, y yo lo suscribo.
Y el segundo ¿Es ilegal ser antipatriota? ¿Es imperativo sentir orgullo por tu país? ¿Es obligatorio ensalzarlo? ¿Está prohibido criticarlo? ¿O solo si se usan palabras gruesas? Por último ¿Cómo se mide el grado de apego?
Mal andaremos si el amor a la patria, como otrora, debe imponerse por imperativo legal.
Anoche, en la desafecta Catalunya hubo muchos cohetes celebrando la victoria de España frente a Italia. Caso de haber perdido la selección también se hubieran oído bastantes. Son opciones personales. En mi caso reconozco que me alegré del triunfo de los nuestros aunque, cuando veo fotos como la que ilustra este artículo, me doy cuenta de lo poco que tengo que ver con esa gente.
Es más, los temo.