Y uno, que por fortuna aún no ha sido despedido en el trabajo ni abandonado por los suyos, y que jamás dejaría tirados a la variedad de animalitos que conviven en casa, reconoce que en su particular reparto de tiempos y obligaciones veraniegas también ha tirado de criterios de utilidad a la hora de enmudecer durante el estío este humilde blog. Varios motivos han justificado esta decisión.
El primero y más importante es la puta crisis. Las cosas se han puesto muy magras en mi sector y las horas que perdía a diario con la bitácora - documentarme, escribir, responder, visitar otros blogs, comentar en páginas amigas... - me duelen en la conciencia, empeñada en recordarme -con toda razón- que, tal como están las cosas, lo que ahora toca es currar y rogar a los dioses para que esta situación acabe pronto.
También han estado las vacaciones en sí. Ni Roma ni el Vaticano volverán a ser lo mismo tras mi paso. Observen si no la imagen que acompaña a esta entrada.
Por último, el acojone por la operación -ya lo puedo decir sin ambages- ha influido lo suyo en este enmudecimiento. Estaba cagado. Un miedo que he intentado compartir solo con la almohada, para no amargar la vida a mis familiares, amigos, y por supuesto a ustedes. Así que me lo he tragado enterito.
Antes de ayer me intervinieron y 24 horas más tarde me devolvían a casa. Sano, salvo y, al parecer, curado. Quiero agradecerles su interés, ya que en este tiempo de silencio he recibido muchos correos de ustedes. Besos y abrazos para todos.
Ahora me toca decidir qué hago con el blog. Aunque lo más sensato sería darle carpetazo, le tengo demasiado cariño -a la bitácora y a ustedes- para abandonarlo. Por tanto intentaré mantenerlo, aunque para ello deba espaciar las entradas.
No me lo agradezcan. Basta echar un vistazo a las noticias para concluir que este siglo está más necesitado de luces que nunca.