Al margen de implicaciones o responsabilidades penales, el destino de esta criatura parece sentenciado. Una verdadera lástima pues Madeleine cumplía con los requisitos indispensables para ser feliz. Era blanca, nacida en Occidente y de familia adinerada. Y lo digo sin la menor sombra de acritud o cinismo. Estas cualidades, en el mundo en que vivimos y estadística en mano, constituyen un raro privilegio.
Si Madeleine no hubiera nacido en Inglaterra sino en Sudan podría ser candidata a esclava; futura niña prostituta en el Caribe o en el sudeste asiático; trabajadora forzosa en Pakistán; en espera de la ablación en cualquier país de África; refugiada de muchas de esas guerras que ni recordamos o en espera de ser sojuzgada y anulada por su futuro marido musulmán.
Millones de niños saben que este mundo es una puta mierda de la que solo escapa una minoría, entre la que -no les quepa duda- estamos usted, yo y nuestros hijos. Naturalmente, el hecho de haber nacido en Occidente y no morirnos de hambre no nos hace culpables de esta situación. Hablar de pecados originales o traspasar éstos a nuestros vástagos sería pura demagogia.
Madeleine es -¿era?- una niña inocente con un futuro que le garantizaba esos derechos que deberían ser universales pero que, en la práctica, pocos disfrutamos: una correcta educación y una libertad razonable para elegir su propia vida.
Por eso me duele tanto que, sean cuales sean las causas, se le arrebate a un niño tan valioso tesoro.
PD: Si yo fuera el padre del niño Yeremi Vargas estaría indignado -por decir algo suave- con los medios de comunicación de este país. Mi solidaridad hacia su familia.
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