¡Cielo santo, como está el patio!
Imagínense, se te pone dura y de repente la mente se llena de culpas, pecados, sermones de curas furibundos y faltas horrorosas ante la ley de Dios. Pues nada, ¡a cortar la polla y listos!, ¡Con dos cojones! -que estos al parecer aun siguen en su sitio-.
Desconozco qué clase de pecados atormentaban el alma del vecino de Salamanca, pero tampoco se necesita ser Sigmund Freud para adivinarlos. En todo caso seguro que podrían haber tenido solución. Repasemos.
- Sexo contra natura: Gallinas, cabras, burras u ovejas. Si hay amor no veo el problema, aunque aun estoy por conocer al primer animal que ante una proposición tan deshonesta haya dicho “Sí, quiero”. Solución: pajillas
- Sexo no consentido, violación o sexo a menores. Sin solución, todos agradecemos mucho el acto.
- Sexo homosexual. ¡Que no es pecado, hombre, que eso solo lo dicen los curas, entre cuya comunidad, por cierto, abundan los enculadores! Y el problema, es que cuando este hombre se de cuenta, ya será demasiado tarde. Solución: Por fortuna aún le queda el culo. Y la boca, claro…
- Sexo mental –el de las pajillas-. ¡Tampoco es pecado, amigo mío, ni se caen los dientes, ni se resienten los huesos! Es más, resulta sano, no molestas a nadie, estimulas la imaginación y nunca te dicen aquello de “me duele la cabeza”. Solución: Cortarse las manos.
Seguro que el Vaticano verá en esta solución un método ideal para prevenir el SIDA y garantizar la castidad -aunque dudo mucho que ellos mismos se lo apliquen- Por lo demás, episodios como este demuestran hasta donde puede llegar el exceso de fe.
¿Seguro que no es necesaria una asignatura como Educación para la Ciudadanía?
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