No hay cuadro que valga 91 millones de euros, por más que El Grito de Munch haya alcanzado esta cantidad en una subasta.. O dicho de
otro modo, es absolutamente inmoral abonar semejante cifra por un lienzo, una
escultura o la más sagrada reliquia. Aunque sea sublime. Es más, este
mercantilismo obsceno acaba matando a la propia obra. Porque, aunque el arte es la expresión más elevada del ser humano, cuando el valor comercial
acaba pesando más que el artístico, la esencia de lo que el artista expresa se
diluye.
De la misma forma, en un mundo medianamente justo, nadie debería tener
capacidad financiera para abonar una cifra así. Es obsceno. Ni tampoco derecho
a secuestrar obras que son patrimonio de
la humanidad y que, en lugar de ser admiradas por el público, acabarán
encerradas en la fría cámara acorazada de algún banco suizo, entre
impresionantes medidas de seguridad.
Si Edvard Munch levantara la cabeza y viera esto, seguro que gritaría:
de vergüenza.
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