Mientras Gaza vuelve a quedar aislada tras el nuevo cierre de fronteras decretado por Egipto y el bloqueo de Israel, judíos de todo el mundo conmemoran estos días con actos solemnes el cuarto Día Oficial de la Memoria del Holocausto, una fecha que conmemora la entrada del ejército rojo en Auswich y el descubrimiento a ojos del mundo de la realidad del genocidio nazi.Sin embargo,
hoy no voy a hablar de Israel. Su actitud criminal de este estado me parece demasiado obvia. Por el mismo motivo, tampoco me extenderé acerca de la ineficacia de la
ONU, la actitud cobarde de los países europeos o la complicidad de
Estados Unidos. En su lugar, me apetece reflexionar con ustedes sobre el papel que la propia comunidad musulmana juega en este conflicto.
Que la llegada al poder de islamismo radical de Hamas solo iba a acarrear destrucción y miseria a los palestinos de los territorios ocupados era algo tan predecible como su victoria. Y es que resulta fácil entender que una población diezmada por
Israel durante decenios, desengañada de
Occidente y gobernada por
una Autoridad Nacional Palestina corrupta, acabara volcándose en lo poco que le queda: Fe, el modelo de firmeza moral de los integristas y la complicidad del mundo musulmán.
Los resultados, apenas dos años después, dan la razón a los más pesimistas.
Hamás ha logrado en tan breve espacio de tiempo dos hitos monstruosos: Empobrecer aún más a su población bloqueando las ayudas de Occidente y enfrentar a sus habitantes en una cruenta guerra civil. Todo un chollo para
Israel, que ha podido incomunicar
Gaza de
Cisjordania, separar ambos territorios, y distinguir a partir de ahí entre
palestinos buenos, con los que se puede negociar y llegar a acuerdos, y
palestinos malos, a los que solo queda machacar. Todo ello con la aquiescencia internacional.
Los habitantes de Gaza, tampoco pueden esperar nada del mundo musulmán. Aunque a todos estos países se les llene la boca al hablar de la tragedia de los palestinos, sus actuaciones sobre el terreno contradicen tales soflamas.
Arabia Saudí, mientras financia terroristas para que venguen a sus hermanos palestinos, actúa sobre el terreno acatando escrupulosamente el dictamen de
Estados Unidos, o sea, el de
Israel.
Egipto o
Jordania están más preocupados por la estabilidad de sus fronteras que por la suerte de sus hermanos de fe,
Siria mira hacia otro lado y hasta la poderosa
Hezbollá, enemiga acérrima del estado judío, solo parece preocuparse de la frontera norte de
Israel.
En Líbano, tras más de 50 años, los palestinos viven aún en campos de refugiados, cuyas condiciones nada tienen que envidiar sus paisanos de Gaza: 80% de paro, miseria, falta de derechos y un estricto control por parte del ejército libanés que, en la práctica, tiene cercados estos campamentos.
Todo un ejercicio de solidaridad, vamos.Y en medio de todo este juego de intereses geopolíticos, la cruda realidad, la única que debería importarnos es que
un millón y medio de seres humanos se está muriendo, asfixiado en una bolsa de miseria, sin que nadie levante un dedo para ayudarles.
Una situación que cada vez recuerda más al gueto de
Varsovia, aunque
dudo mucho que dentro de 60 años los parlamentos europeos conmemoren la fecha en que alguien liberó a esos infelices y mostró al mundo la realidad del genocidio israelí.
Si al menos desean denunciar esta situación, les recomiendo que sigan
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Mercé, y firmen.
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