Descubrí qué era el Líbano a partir de un cigarrillo, tan perfumado como portentoso en su efectos narcotizantes, que nos pasó un veterano de la facultad a mi amigo Gaby ya mí, dos recién llegados al campus. ” ¡Líbano rojo, chavales, vais a ver lo que es bueno!”
En verdad aquello no era un costo normal. ¡Qué pelotazo, amigas y amigos!
Recuerdo que, en pleno éxtasis, pensé que una tierra capaz de dar tales frutos debía estar bendecida por Dios. Por desgracia, a partir de ese momento, cada vez que he asociado al Líbano con el color escarlata, no ha sido por su hachís sino por el tono de la sangre.
Cuarteles volando por los aires, Sabra y Chatila, Beirut Este, el Golán, la franja de seguridad, Hezbollah, OLP, las falanges… muerte, desolación y ruina. Líbano rojo.
Hoy han muerto seis jóvenes, españoles y colombianos, de entre 18 y 21 años. Formaban parte del contingente de la ONU desplegado tras la última guerra, tan injusta como desproporcionada, que Israel desató sobre dicho país el pasado verano.
¿Quieren que les diga la verdad? Ya no se si nuestros soldados están ahí para proteger al Líbano de Israel, a Israel del Líbano, Al Líbano de Hezbollah, a Hezbollah de Israel o a todos de Al Qaeda. Y mucho me temo que los fallecidos tampoco.
Hoy que el Líbano se ha vuelto a teñir de rojo, me tragaré la rabia y mis propias opiniones. Por mero respeto a las familias de los fallecidos. Y es que el único consuelo que quedará a sus padres, hermanas, novias y amigos, es intentar creer que esas muertes servirán ara algo.
Con todas mis condolencias. Descansen en paz.
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