La noticia ha provocado diferentes reacciones dentro del PSC: desde la lógica preocupación de sus dirigentes, conscientes de que dependen de ERC para gobernar en muchos consistorios, hasta una alegría inmensa en buena parte de la militancia, harta ya de unos compañeros de viaje tan poco fiables.
Por su parte, en ERC andan también necesitados de recuperar su natural espacio político. Y es que el desplazamiento de este partido a posiciones más moderadas se está traduciendo en una sangría de votos en sus plazas habituales, bajas que ya no se compensan con aquellos que podrían arañar a CIU.
Como colofón, Iniciativa per Catalunya, que es quien menos suele quejarse de los pactos -por cuestiones obvias- también ha puesto el grito en el cielo y ahora culpa a… ¡Joan Clos! de su propia derrota. La culpa siempre es de otros.
En definitiva, como viene siendo tónica habitual en Catalunya, un nuevo Tripartito -caso de que se produzca- para nada garantizará la estabilidad del equipo de gobierno.
Ante este panorama de encuentros, desencuentros, acuerdos, desacuerdos y pactos sobre o bajo la mesa, no es de extrañar que los electores desconfíen cada vez más sobre el sentido último de su voto. Y que incluso pierdan la fe por acudir a las urnas.
Es difícil hacer entender a un votante no nacionalista del PSC que su voto puede acabar dando poder a ERC, a alguien de ERC que con su acto aupará a CiU o a Madrid, y alguien de CiU que gracias a su elección beneficiará al PP.
Así las cosas, que nadie crea que en Catalunya la abstención aumenta por pasotismo. Lo hace –y mucho- por desengaño.
¿La solución? Bajo mi punto de vista pasa por clarificar la vida política y devolver a cada cual a sus verdaderas posiciones, estimulando en lo posible que gobierne, aún en minoría, la lista más votada. Algo que, me temo, no gustará a nadie.
Ni a mí cuando pienso en Artur Mas pero… c’est la vie.
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