Los campesinos trabajan mientras entonan canciones de siega, alternados con salmos de agradecimiento a Alá. Tras sus espesas barbas se adivina un rictus de felicidad. Aunque sea imposible saberlo, casi seguro que sus mujeres también sonríen bajo los pesados burkas.
A la caída del sol, mientras los labriegos marchan felices a sus hogares, centenares de camiones repletos de opio en estado puro surcan los valles afganos para trasladar la preciada mercancía hacia las factorías. Allí, expertas manos manufacturarán el producto bajo la atenta supervisión de experimentados científicos, que velarán por la calidad de todo el proceso. Hay amor en su trabajo. Y responsabilidad. Durante el próximo mes, convoyes terrestres perfectamente organizados distribuirán miles de toneladas de heroína a todo el mundo.
¿Y quien es el artífice de semejante milagro?
El Señor de los Valles está satisfecho. Desde la invasión de los cruzados, su negocio no ha parado de crecer. El dinero bulle en cuentas de Liechtenstein, Suiza o en islas inglesas cuyo nombre ni recuerda. Los vendedores de armas hacen cola ante su puerta. Sí -reconoce- se ha hecho rico y además tiene bien ganado el paraíso de los creyentes: Alimenta a su pueblo, envenena a los paganos y destina parte de sus cuantiosos beneficios a financiar la Guerra Santa contra los infieles.
¿Y los soldados extranjeros? Pues miran hacia otro lado, concluye divertido. Para que no los maten o para evitar que los diferentes Señores de los Valles – a los que también llaman Señores de la Droga o Señores de la Guerra- se unan o se maten entre ellos.
El Señor de los Valles se retira a descansar. Durante un instante sopesa la posibilidad de hacer llamar a esa níña con la que acaba de casarse -es su cuarta esposa- y que, cual lindísima amapola, aún está en flor. Al final desiste. Está cansado. Ya tendrá tiempo de violarla cuando le plazca. Está en su derecho, tal como refrenda el parlamento que con su dinero ha ayudado a construir.
Mientras reza la última oración del día ruega a Alá por la eterna condena de los cruzados, a la vez que le implora para que los occidentales tarden mucho, mucho, pero que mucho tiempo, en retirarse de su querida Afganistán.
Moraleja: Desde la ocupación internacional, Afganistán se ha convertido en el primer productor mundial de heroína, acaparando más del 90% de este negocio ilegal. En el frente político la OTAN controla sólo una pequeña parte del país -cada vez más reducida- y en el plano militar tan siquiera han logrado acercarse a Bin Laden o a la cúpula de Al Qaeda.