Cuando aquel señor se coló con cara de despistado en mi despacho, hará cosa de un par de años, apenas le presté atención. Deduje que era uno de tantos tipos de Ciutadans que cada día desfilaban por la oficina- en aquel tiempo mi empresa, que no yo, trabajaba para la troupe de Albert Rivera- y le mostré el camino a la sala de reuniones.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando poco después una compañera me “sopló” que aquel hombre era Sabino Méndez, el músico y autor de las mejores canciones de Loquillo. Jamás hubiera reconocido en ese tipo maduro, de cabellos grises y envuelto en un discreto terno, al rockero cuyos temas aun canto. Claro que el “troglodita”, al ver a ese cuarentón grueso, calvo y pulcramente ataviado que soy yo, tampoco me habría imaginado saltando y coreando sus temas. ¿Tanto hemos cambiado?
Si, claro está, pero con algunas diferencias. Yo sigo viviendo aquí, -Sabino llora por España desde Madrid, donde ahora reside- mantengo más o menos las mismas descreencias que hace 20 años -alguna más, diría- y no culpo a nadie de la transformación de mi ciudad, aunque a veces me cueste reconocerla. Lo asumo. Barcelona es una urbe que no da descanso; se renueva y reinventa cada día y yo estoy ya demasiado cansado como para seguir su ritmo.
Por ello estoy seguro de que aunque Sabino, Loquillo o Losantos borraran de un plumazo los edificios nuevos, rehabilitaran antiguos garitos y desterraran de Barcelona todos los nacionalistas catalanes sustituyéndolos por ciudadanos “no contaminados”, no resucitarían jamás aquel ambiente de la Barcelona de los 70.
Esa ciudad solo permanece ya en sus recuerdos. Y es que lo que tanto añoran, por mas que les cueste asumirlo, es el sueño de su juventud perdida.
Yo tambien, no nos engañemos, pero al menos intento no engañarme buscando fantasmas que justifiquen lo jodido que es cumplir años.