Jornada a jornada, año tras año, sin descanso ni fiesta que guardar, el pobre árbol acoge el chorrillo con el que el jodido can lo riega tras levantar la pata.
Pues bien, a pesar de que el naranjo sigue sano y sus frutos son exquisitos, tengo la certeza de que está hasta la punta del nabo, hasta los mismos cojones, de que orinen sobre él. Y de que, con la sabiduría que da la madre naturaleza, ha logrado ingeniárselas para hacerme saber su cabreo. ¿Cómo? Modelando oculta entre sus hojas esta curosísima naranja y lanzándola a mis pies antes de ayer.
Reconocerán que parece cualquier cosa menos una fruta. Bueno, cualquier cosa no; está claro que representa algo muy concreto.
Lo que ya no tengo tan claro es si esta fálica y huevona naranja -cojonuda, podría decirse- es un ejemplo de adaptación al medio, de rebelión al mismo u otra muestra de los perniciosos efectos del calentamiento global.
¿Me la comeré? Lo dudo. Hay ciertas cosas que no me gusta llevarme a la boca.