Seamos sinceros ¿Qué varón heterosexual y de una cierta edad no ha hecho alguna vez bromas, chistes o chascarrillos a costa de moñas, maricas, bujarras y en general tipos que pierden aceite?¿Usted no? ¿En serio? Le felicito.
Yo reconozco sin empaques que sí. Soy hijo de una tradición en la que ser macho es un orgullo, la masculinidad un atributo y la homosexualidad, si no un defecto, como mínimo mueve a la hilaridad.
En la mayoría de nosotros, semejante carga genética se contrapesa con la
cultura y el
sentido común. La cultura te dice que
la homosexualidad es tan antigua como el hombre y ha pervivido a través de los siglos a pesar de tabúes, estigmas y toda suerte de persecuciones. Y el sentido común evidencia que
cualquier persona tiene derecho a desarrollar de forma libre sus opciones sentimentales, y que la sexualidad entre adultos no tiene más límites que el consentimiento mutuo entre quienes la practican.
Por tanto, aunque
reconozco que uso expresiones como maricón -al pensar en mi jefe o en algún político-, jamás la utilizaría para denigrar a un homosexual, de la misma forma que nunca diría
hijo de puta al vástago de una profesional del sexo, por el mero hecho de serlo.
Sin embargo, la panda de cromañones que ayer reventó el acto de silencio en el ayuntamiento de Madrid, no se ensañó con
Pedro Zerolo por la especial vinculación del edil socialista en la lucha antiterrorista -ya me dirán- sino por el puro hecho de ser gay.
A estos energúmenos, herederos también de nuestra propia tradición machista, les falta sin embargo el contrapeso de la cultura. Y han perdido el sentido común.
Un abrazo, Pedro o, mejor aún,
un beso. Viniendo de quien viene puedo asegurarte que es un verdadero ejercicio de solidaridad.
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