Todos tenemos cierta cultura sobre la Mafia. Varias de las mejores películas de la historia del cine han tenido como argumento a las familias. Conocemos su estética ostentosa, su peculiar escala de valores, su chulería, su crueldad, su capacidad de corromper.
Hablar de mafia es hablar de De Niro, Pacino, Pesci o Brando; de Capone y de Caruso; de la tarantela, el salami, la lupara, la cabeza de caballo, la ley seca, la pasta al dente y la omnipresente mamma. Y sin embargo, todo eso es pasado, viejos clichés cartón piedra que se oponen a la realidad de los nuevos tiempos. Reconozcámoslo, el siglo XXI no está hecho para los "mafiosi" a la antigua usanza.
Hoy, para ser un buen mafioso necesitas tener dos o tres licenciaturas, media docena de másters y hablar idiomas. O bien ser alcalde, concejal o constructor. Ahora más que nunca las luchas de clanes se dan entre pasillos y los verdaderos capos se sientan en poltrona pública u ocupan los despachos de las multinacionales.
La delincuencia organizada ha ganado en eficacia pero ha perdido en glamour. Para resarcirnos, siempre nos quedan los nuevos mafiosos. Pero ni sudamericanos, ni ex-soviéticos, o chinos tendrán nunca nombres con el encanto de Tony “el hormiga”, Joey Lombardo “el Payaso” James Marcello o Frank Calabrese.
Así las cosas, aun reconociendo que la mafia americana ya no es lo que era, que los tiempos han cambiado y que ahora los negocios se hacen de otra forma… ¿Se imaginan ustedes cómo se les pondría el culo si les citaran como jurado para un acto así?
¡Ni un alfiler, oiga!
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