Si voy en coche me funden, sin duda, pero si lo hago a lomos de una bici, posiblemente acabe impune. Al menos en Barcelona, aunque temo que esta ley pueda ser de aplicación universal.
El otro día estuve a punto de matar a un ciclista. Así, como suena. Y yo casi me estampo por evitar arrollar a ese cabrón que, sorteando los coches parados ante un semáforo en rojo, se saltó a toda leche el disco. No crean que casos así son la excepción. Cada día me topo con decenas de ciclistas que desafían a la suerte circulando a su santa bola en carreteras principales atestadas en plena hora punta.
Pues bien, si en carretera son un peligro, en ciudad aún resultan más dañinos. Estoy por ver al primer ciclista que haga caso a una señal de tráfico, sea del tipo que sea. El casco ni olerlo y los carriles bici, solo si interesa. Cuando es más cómodo marchar en dirección prohibida o circular por la acera, no lo piensan dos veces.
Y con esto llegamos al tercer peligro: El que provocan los ciclistas a los sufridos peatones pues –otro derecho adquirido- el conductor de la bici da por hecho que siempre será el paseante el que se aparte.
Lo que más me duele es que estos delincuentes a dos ruedas cuentan con la complicidad de un ayuntamiento como el de Barcelona, empeñado en convertir a la ciudad Condal en la Ámsterdam del Sur. Sin canales pero con más Bicis que los holandeses.
En resumen ¿bicicletas? Sí. Pero matriculadas y con seguro obligatorio de daños a terceros. Y exigencia para sus propietarios de permiso de circulación, asunción de medidas de seguridad establecidas –cascos, antirreflectantes…- y al cumplimiento, bajo sanción, de las normas de tráfico y seguridad vial.
¿Acaso es pedir demasiado?
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