Los medios han condenado de manera unánime la pregunta de Miguel Sebastián acerca de las relaciones de Alberto Ruiz Gallardón con Montse Corulla. Esa piña común por enterrar este asunto es lo que realmente me inquieta.Y me preocupa porque, salvo
Federico Jiménez Losantos, quien debe de tener el corazón “partío” a la hora de ver a quien insulta más de los dos candidatos, los medios deberían encontrar un filón en esas declaraciones.
Los de la órbita socialista deberían haberse lanzado a degüello. Y es que lo que se inquiere no es si follaban o no, sino
qué hacía ese baile de cargos del ayuntamiento de Madrid en las conversaciones que se pincharon a Corulla. Recuerden que hablamos de una persona en libertad bajo fianza de 50.000 euros más otra de 50 millones por posibles responsabilidades. Poca broma, pues. Sin embargo,
tanto la SER como el PAIS, se han apuntado a la sonrojante defensa de Gallardón en el sentido de que una pregunta así invadía el ámbito personal del alcalde, sin preocuparse siquiera por el fondo.
Sospechoso, muy sospechoso.
Por su lado, los medios de la derecha deberían estar lanzando vítores de alegría al saber que en este embrollo de las ramificaciones de la operación Malaya en Madrid,
aparece el nombre de Alejandro Pérez Rubalcaba, hermano del actual ministro de interior y bestia negra del PP.
Recuerden el rédito que obtuvieron del ínclito Juan Guerra y sus cafelitos. El personaje se presta a la sospecha. Promotor de muy diversos negocios con escaso éxito,
Alejandro Pérez Rubalcaba monta una consultaría justo cuando el PSOE accede al gobierno -¿casualidad?- y al poco tiempo ya está lidiando con personajes tan oscuros como
Montserrat Corulla. Sin embargo, basta echar un vistazo a estas cabeceras para constatar que no se está aprovechando semejante filón.
Más sospechoso aún.¿Cómo podemos interpretar estos silencios?
Nadie con dos dedos de frente puede creerse que la operación Malaya empieza y acaba en Marbella. Demasiado dinero y demasiada impunidad durante años y años –justo hasta la muerte de
Jesús Gil- para tomar este escándalo como un asunto local. Y sus ramificaciones, por lo poquito que podemos ver –lo que los medios nos dejan- abarcan a sectores de todo espectro político. Y cada vez apuntan más alto.
Así, mientras me reafirmo en ese dicho de que, en temas importantes, los bomberos no se pisan la manguera,
estoy convencido de que Sebastián, con estas declaraciones, se ha cavado su propia tumba política.
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