¿Nunca han estado en mi casa? Dispongo en ella de un cuarto del que me siento especialmente orgulloso. Es mi guarida, mi escondite y mi taller de creación. Esa es mi apreciación, claro. La SGAE lo consideraría como la cueva donde escondo el botín.
Y es que nunca he sido de tirar las cosas. Les cojo cariño y ahí se quedan. Según el último inventario conservo dos scanner, tres impresoras, dos módulos ADSL, un viejo Mac, un equipo multifunción, dos portátiles, un PC de sobremesa, una grabadora externa de DVDs, varios discos duros y ¡glups!… ¡Un teléfono con fax!
Aunque parezca mucho, les aseguro que si juntara el 90% de los cacharros descritos en un solo lote, dudo que nadie pagara más de 600 euros por él. Bastante menos de lo que me podría exigir la SGAE.
Este asunto me parece surrealista. Y es que si ya es ridículo pensar que alguien va a piratear el Quijote con un scanner de sobremesa y una impresora de chorro de tinta –Tardaría cientos de horas y multiplicaría por más de diez el coste de la obra en el mercado- imaginar que además la difundirá vía fax es de dementes.
El siguiente paso supongo que será gravar el papel. Un paquete de 500 Din A4 son al menos mil oportunidades de delinquir. Una por cada cara.
En fin, Mientras espero el día en que los GEOS cerquen mi casa –“¡Sabemos que está aquí! ¡Suelte el scanner y salga con las manos en alto!”- sigo preguntándome qué mal ha hecho mi pobre fax para que, en su vejez, vea mancillada su reputación y sea acusado de delitos tan graves.
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