A un año vista de las elecciones y por si la situación política estuviera poco convulsa, un nuevo factor de desestabilización parece llamar a las puertas de Zapatero: la guerra de Afganistán.
Y es que todos los expertos parecen coincidir en que hay que tomar muy en serio estas amenazas. Además, se da por hecho que esta primavera se recrudecerán los combates en el país asiático. Los talibanes no solo no han desaparecido tras cinco años de ocupación sino que han logrado organizar un ejército de 10.000 hombres bien pertrechados.
Desde luego, el fracaso de esta guerra no es cosa de España, ni se puede achacar al gobierno socialista. Pero los resultados del desastre sí que pueden sacudirle a un año justo de las elecciones. Somos, por fortuna, un país pacifista y ese sentimiento está incluso por encima de simpatías o disciplinas de votos. Y ni los más dogmáticos apoyarían nuestra permanencia si emperezaran a morir soldados o sufriéramos otra masacre islamista.
En este espinoso asunto, el gobierno debería encontrar en el PP, en principio, a un aliado. A fin de cuantas fue Aznar quien nos metió en esta guerra. Y los populares siempre han apoyado nuestra permanencia ahí. Que nadie piense que Rajoy será leal en este asunto. Si el gobierno retirara las tropas, le acusaría al momento de ceder a un nuevo chantaje terrorista. Y si decide que se queden y hay muertos, es capaz de organizar una manifestación al grito de ¡No a la Guerra!
Dando pues por hecho que haga lo que haga Zapatero el PP lo verá mal, la gran pregunta sigue siendo ¿Conviene marcharse de Afganistán? ¿Aun con amenazas?
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