Tiene Rubalcaba hechuras de político decimonónico. Apenas cuesta imaginarlo en una foto sepia, alzacuellos y lazo, o dibujado a plumilla en la crónica parlamentaria de una vieja gaceta.
Sus maneras también son a la antigua. Aunque lo supongo reciclado a las nuevas tecnologías, trata sus apuntes de orador con la veneración de los que aún consideran el papel como un valor en sí. Observen el curioso ritual que Rubalcaba despliega cada vez que, durante una alocución, debe pasar página. Una liturgia en la que se mezclan caricias al pliego, un cuidado volteo a dos manos de la hoja cambiante y una leve reverencia ante la misma. Lo dicho, de otros tiempos.
Mañana, Rubalcaba se la juega. Y con él su gobierno.
Gran responsabilidad para el actual Ministro de Interior, quien tendrá que afilar su verbo demoledor ante una oposición que ha hecho del caso de Juana su bandera hasta el final de la legislatura, que querrían precipitada.
El de mañana será posiblemente el discurso más difícil de la carrera política de Rubalcaba. Todo un reto para un maestro de la tribuna de oradores.
Esperemos que el ruido no ensombrezca un debate que se prevé apasionante.
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