La manifestación en contra de la negociación con ETA celebrada el pasado sábado concluyó con el himno nacional. Este colofón, que hubiera resultado muy normal en otro país, aquí todavía levanta escamas.Y es que sus notas evocan demasiados recuerdos de brazos en alto, palios y unidades de destino en lo universal. Así, la izquierda recela de él; los nacionalismos sufren salpullidos al escucharlo y una parte de la derecha –bien representada en la manifestación del sábado- se empeña en apropiárselo precisamente por los motivos por los que los demás huyen.
Seamos sinceros,
este himno ha caído en desgracia. Además, le falta la letra. No hay espectáculo más triste que ver a
Raúl, el pecho henchido y la cabeza en alto, cantar a voz en grito algo que suena como
“Naino, naiinooo, no naino naino naino naino naiii no naaaaaa, no naino naino naaaaaa…”Entonces ¿por qué no cambiarlo?Se me ocurren dos fórmulas.
Lo lógico será crear una comisión interparlamentaria. Pero esto, en la práctica, significaría quedarnos sin himno de por vida. Y es que los políticos jamás lograrían ponerse de acuerdo. Además, no hay músico que tenga narices de extraer una melodía tarareable que recoja todas las voces y sensibilidades de nuestra pluralidad, para que el himno sea políticamente correcto. Y de la letra no hablamos.
Por tanto, la única solución auténticamente popular sería convocar un
concurso tipo OT. Imagínenlo. Los músicos confesando ante las cámaras su trabajo, poniendo a parir a los himnos del vecino y el público votando por
SMS o teléfono
905. Un himno moderno, con su música, su letra, y una coreografía que nos hermanara sin exclusiones al estilo de
“La Macarena” o el
“Aserejé”.Reconozcan que sería divertido. Y para los de la la
SGAE una bendición.
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