Demasiado tarde, amigos de Estambul. Cuando la maquinaria vaticana se pone en marcha ya no hay quien la pare. Y es que los desplazamientos del representante de Dios en la tierra cada vez recuerdan más a las giras de las superestrellas del rock: Escenarios gigantescos, poderosa iluminación, miles de watios en amplificación, técnicos de sonido, carpinteros, asistentes en ruta… y seguridad, mucha seguridad.
Al parecer están tratando de convencer al pontífice para que en sus apariciones públicas cubra cuerpo y cabeza con protección antibalas. Habida cuenta de que a este hombre le gusta colocarse un gorro más que a un tonto una tiza, lo imaginamos entusiasmado ante la idea de lucir un casco, cual si fuera un geipermán.
Lo que no sabemos es qué opinarán los turcos, en especial esos que llaman a Ratzinguer guerrero cruzado, cuando lo vean aparecer con pinta de coronel de un batallón alpino.
¿Y una vez ahí qué? ¿Tendrá lo que hay que tener para repetir el discurso de Ratisbona en medio de toda aquella peña? Porque entonces no se salva ni con casco. Y por contra, montar todo este pollo para transmitir el mensaje católico en un país eminentemente musulmán quizá no sea la forma más sensata de evangelizar.
Imaginen nuestra reacción si un gran líder espiritual musulmán, tras ponernos a parir en repetidas ocasiones, se empeñara en visitarnos -a gastos pagados- para convencernos de las ventajas de Mahoma sobre nuestra miserable forma de vida.
Lo peor es que en esta visita a Turquía puede ocurrir una desgracia. Si ello sucede habremos dado un paso más para alejarnos de la razón y situar a la religión en el centro del debate político e ideológico.
Como en la Edad Media, a la que tanta gente parece querer devolvernos.