Junio de 2003. Las protestas contra la intervención en Irak están en pleno apogeo. Manifestaciones, caceroladas, pegatinas en los automóviles… parece que todo el mundo repudia la política de Aznar en relación al conflicto.
¿Todos? ¡Noooo!
Un joven ciudadano, abrumado sin duda por el acoso al gobierno de España, extrañado quizá porque sus convecinos se resistan a seguir la senda marcada por Bush, un hombre que ve aterrado como la rojería no ha tenido bastante con el Prestige sino que aprovecha la guerra para intentar socavar a su prócer Jose María Aznar, el heroe de Perejil, decide que ya no aguanta más y en un acto de fe se de alta en el Partido Popular. Con dos cojones.
Ese valiente, ese abnegado patriota, ese monje soldado era Albert Rivera.
En fin, tres años tardó en darse de baja de su partido y lo hizo solo cuando ya tenía claro un acomodo de lujo en el seno otra formación nacida para cubrir los huecos que ni el propio PP se atrevía a tapar.
Lo curioso es que durante todo este tiempo nos han vendido al chaval como a un progresista de izquierdas, no nacionalista, pero alejado de postulados que en su propio partido defiende gente como Antonio Robles, el de Libertad Digital y la COPE. Incluso nos han intentado hacer creer que el apoyo de Losantos y compañía a ciudadanos era una especie de abrazo del oso, una ayuda que Albert Rivera nunca buscó.
Ahora que ya sabemos algunos datos más de la biografía del presidente de Ciutadans de Catalunya las cosas se van clarificando. Aun así, les garantizo que habrá más sorpresas.