En ese tiempo no votaba, claro. Genio y figura.
Tan bizarra pose duró hasta que empecé a trabajar y descubrí que por acudir a las urnas –eran tiempos de comicios en día laborable- disponía de cuatro horas libres.
A partir de ahí decidí que aun era más anarco hacer la revolución desde dentro del sistema y no me perdí votación alguna. Eso sí, al principio tomaba siempre la papeleta del partido más raro que pudiera encontrar. Por aquel entonces, creo que mostré mí a poyo a formaciones como OCE-Bandera Roja o el PORE –sí chicos, fui yo-.
Con los años creo que he ido perfeccionando el arte de beneficiarme de las ventajas de la sociedad capitalista y mi acratismo inicial se ha ido tornando en un sutil cinismo. Mi sentido del la democracia también fue migrando a posiciones algo más convencionales y he participado en todas las consultas electorales que me ha sido posible.
Lo curioso es que, tras años de votos reivindicativos, sentimentales, útiles, desencantados o de conciencia, vuelvo de nuevo a la situación inicial. Y es que créanme si les digo que no sé a quien votar en las próximas elecciones. Para más INRI, cuando invierto el proceso, esto es, cuando descarto a quienes sé seguro que no votaré, la lista acaba completamente tachada. ¿Por qué? Sería largo de explicar, pero quien haya seguido mis comentarios se puede hacer una idea
Quien sabe, quizá me toque rememorar los tiempos de mocedad y dar mi voto a cualquier formación extraña que ande necesitada de él. ¿Saben si aún existe OCE?
Claro que, habida cuenta del éxito obtenido, también podría votar por mí mismo.