Más allá del debate sobre la doble moral que siempre ha practicado la iglesia, ante una noticia como esta les pediría cierta comprensión para con los prelados.
Y es que la media de edad de nuestros obispos y cardenales explica que sus santidades anden más preocupados por su entereza física que por la espiritual.
Reconozcámoslo, estos ancianos no están ya para responder como Dios manda y sin ayudas farmacológicas ante la primera beata que se les ponga a tiro en el confesionario, satisfacer a aquella monja deseosa de ser introducida en los secretos del Señor o darle lo suyo al boy scout picarón de shorts cortos arrapaditos al prieto culo.
Hemanos, el gatillazo acojona a cualquier varón, así en el cielo como en la tierra.
Por tanto, que nadie interprete mal a nuestros obispos cuando dicen que ante las tentaciones del laicismo corrupto y degenerado, los miembros de la Iglesia deben alzarse más que nunca. Créanme, no hablan de política.
En fin, ahora entiendo la verdadera naturaleza de aquel objeto duro que noté en la retaguardia la última vez que entré en una iglesia y que, me temo, no era el cirio pascual que decía sostener el cura que tenía a mi espalda.
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